jueves, 25 de agosto de 2011

Otro viaje a Brasil

En 2009, cuando mi hija tenía un poco más de un año, yo estaba a cargo del departamento de marketing de una empresa en Chile y en Brasil. Debía viajar cada una o dos semanas de país en país y mi familia y mi nana fueron un apoyo fundamental en ese tiempo para cuidar a mi hija que todavía no iba al jardín infantil.

Al principio no quise ser egoísta y les quise dar a ambos (papá e hija) la posibilidad de compartir entre ellos sin mí, que generaran vínculo, se conocieran y el aprendiera a desarrollar la paternidad que no podía desarrollar porque según él yo tenía la suerte de tenerla siempre conmigo.

Mi hija se quedaba en casa de la abuela paterna con mi nana. Pero eso dio pésimos resultados. Las condiciones de higiene, los hábitos, la falta de espacio, me hacían sentir que no era buena idea. La abuela, obesa mórbida, dormía con ella en la misma cama. Trabajaba leyendo el Tarot y haciendo una especie de Reiki en la que sacaba las malas vibras de las vecinas de Lo Prado expeliendo gases por la boca como si cada vez hubiera tomado un litro de Coca Cola. Afuera, en la calle de tierra, el marido de la vecina que crió al padre de mi hija, yacía borracho en la cuneta a las 12 del día. Los ex compañeros del liceo eran todos desocupados y él sólo aparecía de vez en cuando y a ratitos a visitar a la niña.

No la mandé más para allá y acorté los viajes a máximo 4 días. Un día él me pide la posibilidad de volver a compartir con ella.

Le dije que OK. Pero en mi casa, con mi nana y con el compromiso de preocuparse de su hija en la mañana: darle la leche, jugar un ratito, regalonearla. Y en la noche al llegar de la pega: darle la comida, jugar con ella, hacerla dormir. Todo lo doméstico estaba resuelto.

Sin embargo mi nana me llamó angustiada el primer dia para decirme que el "caballero" había llegado borracho a las 6 de la mañana del martes. No apareció en todo el lunes. Luego repitió esto el miércoles y ese mismo día en la noche me llama al celular para decirme que él tiene sangre caliente, que es libre y que mi casa aunque fuera de oro, para él es una cárcel. Y que se iba a su casa porque él está para pasarlo bien. No para ser mi niñero. Y que a su hija para la próxima se la llevará a su casa.

Rompí en llantos. Estaba a miles de kilómetros de distancia. No podía soportar que mi nana se quedara sola con mi hija hasta el día sábado cuando yo llegara a la casa. Acudí a mis más cercanos, me ayudaron, pero él había faltado nuevamente a un compromiso.

A pesar de esto, sigue acusándome de no permitirle ver a mi hija. Lo que no quiero es que se la lleve. Desde Septiembre de 2010, y durante 10 meses no le interesó verla ni llamar para preguntar por ella. Hoy me quiere meter presa. Tuvo la oportunidad de cuidarla muchísimas veces, pero jamás empatizó con las necesidades de amor y protección de su hija. Ni aprovechó la oportunidad de ser papá.

Hoy ya no viajo.


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